Por Luis Rondanelli
Carlos Silva es un artista plástico que vive y trabaja en Valparaíso. Con formación en Diseño, Arquitectura y Artes Visuales, es Licenciado en Bellas Artes en Universidad Arcis de Valparaíso. Ha exhibido su trabajo en el Museo de artes Visuales MAVI y Museo de Arte Contemporáneo, Galería Gabriela Mistral, entre otros espacios locales en Chile; y en la Fototeca de Cuba en La Habana, galería Montezumaarts en Santa Fé, Estados Unidos, y Galería Marta Traba Sao Paulo, Brasil entre otros lugares en el extranjero. Al mismo tiempo desarrolla proyectos de producción en colectivo, es miembro de Nekoe, espacio Nacional de producción en Artes Visuales, y dirige el espacio de exhibición y residencia artísticas “CasaNekoe” en Valparaíso.
Su trabajo visual opera desde una noción territorial, en la observación de la ciudad contemporánea como paradoja de lo moderno, en la revisión de sus objetos y paisajes como formas apropiación, resistencia y desvío. Esto en operaciones de visualización que van desde el uso de medios fotográficos, video, a la intervención de espacios públicos.
“La presente serie de imágenes corresponde al ejercicio diario de captura fotográfica, el cual constituye el archivo de un “algo” posible. Es un archivo abierto alojado en instagram, red social para la captura y circulación de imágenes digitales a través de teléfonos móviles que se ha transformado mundialmente en un medio tanto de difusión artística como una forma de divertimento mundano (al cual me adhiero). Estas fotografías son hechas con cámara digital , lo que involucra otra relación con la captura, otro tiempo en relación a la inmediatez del teléfono móvil. Pero mas allá de cualquier pretensión, mis fotos habitan ese limbo virtual entre idea , dato , información y divertimento mundano”. Así describe su trabajo Silva.
Solo el adelantado tiene el privilegio del paraíso, contemplar la primera y última mirada de las cosas. Una máquina fotográfica se convierte, hace las veces de una maleta, de una bitácora. La segunda mirada ya no será la misma, será recuerdo y comparación. Adelantado era el nombre europeo que tenía el privilegio, o la condena, de encontrarse por primera vez con las cosas de América. Estas cosas, materiales, frescas, se mostraban dóciles y piluchas; otras veces saltaban mostrando sus bordes cortantes, sus garras, dientes y cuchillos hechos de piedra. Todos los objetos en el adelanto de Carlos Silva se muestran en su desnudez, con los cables pelados, entrecruzándose, utilizando distintos colores, desnudos de las empaquetaduras que los hacen dóciles, echando chispas, electrocutando gatos. Los objetos son como Dioses antiguos, son la santidad que da luz, vence y mata. Vicente Huidobro, describe una Virgen cuya sangre corre por filamentos parecidos a los que utilizan las ampolletas: “Encuentro a la Virgen sentada en una rosa y me dice. Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?” (Altazor).
El santo que da vida, alumbra las casas y los caminos, el santo que da muerte cuando la confianza nos hace imprudentes y como niños metemos los dedos en el enchufe




Un desorden de líneas, de cables que se cruzan. Cables y cañerías de distintos colores, memoria visual que señaliza un recorrido, un tramo, también una trampa: ser electrocutado, quedar mal herido, perdido en un laberinto hecho a la mala. Cada cable, incluso los pelados; cada cañería, pintada de rojo como una uña, como unos labios; dirige, mide la materia prima: el rayo, el río, la pena, adquieren peso y medida, precio, una tarifa en su paso por dichos medidores.
Un primer plano es la copia de lo primero que se atraviesa, que se nos viene encima a los ojos, impresionándolos. Con cada pestañeo el objeto desaparece y aparece, nuevamente. A veces el ojo hace la vista gorda, deja pasar a los objetos como la aduana más fácil y menos acuciosa. Otras, se pone cachudo, sospecha que algo se esconde bajo el poncho, debajo de la imagen como una alfombra parecida a un tupido velo.
El primer plano muestra los objetos descubiertos, con las tripas al aire, pillados y vistos desde adentro hacia afuera. La realidad lookeada desde el fondo del patio, desde una pieza oscura, mirando los objetos a través de una persiana rota, descubiertos, destripados o con las tripas al aire muestran el desorden del Primer Plano, visto desde adentro hacia afuera, afuera luce, persuade la etiqueta y el diseño, las cosas recién pintadas, en el fondo de las máquinas, de nuestro país ,en los últimos patios de la casa que perdura en nuestra memoria se acumulan, se arrumban: los muebles viejos, el niño enfermo, el pariente loco y lejano, el correteado sentido de la muerte.




El primer plano es un mapa a partir del cual se infiere, o no, el territorio, toda imagen plana/plano es pista, rasgo, lo que botó la ola, la resaca del mar que luego se fondea, dejando especies que palpitan hasta sucumbir (rigor mortis, doctor mortis). Ninguna especie arrojada sobre las playas sobrevive, menos los náufragos; nadie es el mismo sobre la retícula. El plano de una fotografía, rápidamente se convierte en un número, en una parte de un archivo.
El primer plano parte de una corazonada, al adelantado lo empujaba el hambre y la búsqueda de Dios, su ejercicio era de poder y de amor. De mostrar, por primera vez, las cosas antes de ser capturadas (por otros) y aplanadas, plegadas y conservadas dentro de botellas. Toda botella o libro es una medida, la realidad se adapta y su tamaño adquiere la medida de un papel, la titularidad de un nombre.
Toda la naturaleza exhibida es cadáver, tranquila como una foto.
Antes del primer plano no existía el paisaje, un paisaje es un país eje, destinado a ser recorrido por un solitario con su bastón. El paisaje es un territorio pesado y medido, el otro territorio, el invisible, se extiende a partir de los extremos en que sucumbe el semicírculo, el arco de la mirada del adelantado.




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